miércoles, 4 de mayo de 2011

Luz y reflejos

Dicen que es la ciudad de la luz y en verdad que lo es. Lo es de una luz especial. Cuando luce el sol la luminosidad eleva el “guapo” de la ciudad; cuando está nublado la claridad dibuja sobre las fachadas los tonos, los murales y los perfiles con más color; cuando llueve el agua refleja las luces y realza los adoquines de las calles, hace brillar los raíles de los tranvías y juega con los claroscuros. Duda el viajero que prefiere. Y si se dan todas las situaciones, como aconteció  estos días, cada imagen que aparece por el visor de la cámara es una postal que, inevitablemente, uno necesita capturar.








 







Detrás de cada esquina la historia se repite, un nuevo rincón aparece, una nueva estampa. Caminando se evapora el tiempo sin darte cuenta, descubriendo Lisboa. Pero, como hospitalaria que es, en cualquier sitio encuentra el viajero una mesa de carta amplia y bien dotada de carne,  pescados, sus acreditados quesos o sus mil sabias formas de servir el bacalao. Si transcurre la media tarde, cualquiera de sus innumerables terrazas asegura al viajero un café con la excelencia digna de una historia de colonias, mejor aún si es, siguiendo la buena costumbre local, en una bien surtida “pastelaria”. Si el sol ya se ha puesto, en esa mesa para el buen cenar podrá el viajero disfrutar de la compañía del popular fado interpretado por artistas locales acompañados de la armoniosa guitarra portuguesa.




Restaurante/Café SACRAMENTO. Carta y bufé. Buena relación calidad-precio










Pasteles de nata (en realidad son de crema)
Aunque los afamados son los de Belén, los sirven por todo Lisboa


Entre luces discurre también la noche lisboeta. Puede el viajero disfrutar de los reflejos de “ruas” solitarias o, como en el caso que nos ocupa, en los bares o establecimientos que, con música o actuaciones en vivo se extienden por las animadas calles del Chiado.

 

 







Mi Lisboa (2)

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