viernes, 30 de noviembre de 2018

Mirando al techo



Aunque la medina de Marrakech ya justifica una visita a esta ciudad, callejearla explorando y curioseando proporciona además interesantes descubrimientos como antiguas casas restauradas y convertidas en museos. El de la Mujer, por ejemplo, con una muestra de intervenciones artísticas y audiovisuales. Obras vanguardistas que contrastan con el Marruecos mas tradicional. Visita obligada es la “Maison de la Photographie”, magnífica muestra histórica de fotografía etnográfica y retratos desde principios de siglo XX.  Es inevitable para los que ya anduvimos por estos lares hace cuarenta años, encontrar vídeos e imágenes que nos trasladan a esa época. Su terraza es además un magnífico mirador de las montañas del Atlas.  Después, descubrir entre los recovecos de los callejones el Museo de Mouassine, construcción del siglo XVI y XVII y antigua vivienda del pintor Abdelay Mellakh  del que mantiene una exposición permanente. Allí fuimos recibidos por Patrick Manach, presidente de la fundación que realizó la laboriosa y minuciosa restauración que permite la contemplación de los elementos decorativos (madera, pintura, artesonado, estuco…) de la casa y la douiria (estancias para invitados). Además, mediante un convenio con FHotoEspaña, colgaba en una de las salas la muestra fotográfica “Le Maroc, sur le vif” de nueve artistas marroquíes. Con la visita se incluía un concierto de música tradicional por la tarde para treinta personas en una las sus estancias que concluía con un té con pastas en la terraza.
































Mas multitudinaria es la visita al Palacio de Bahía. Construido por Si Moussa, gran visir del sultán a finales del siglo XIX con una superficie de ocho hectáreas, es el paso obligado de todos los visitantes y turistas. El recorrido permite conocer los jardines, el gran patio con la fuente central y la mayoría de las 150 habitaciones de las 4 esposas y las 24 concubinas de Abu Bou Ahmed, el esclavo negro que llegó a visir. Por cierto, la habitación de la esposa principal está rodeada de estancias para el servicio, el ropero, el calzado y los músicos, ciegos para que no pudieran verla. La profusa decoración de techos, arcos, ventanas y artesonados obliga a su recorrido prácticamente mirando al techo.














































A las Tumbas Saadíes se accede por un estrecho paso junto a la mezquita Moulay El Yazid, lo que permitió que permanecieran ocultas durante siglos. Comprende los restos de unos sesenta miembros de la dinastía Saadí en dos edificios. El mausoleo principal, espectacular, consta de tres salas, la central con doce columnas de mármol blanco de Carrara y el segundo es de forma cuadrada con dos salas laterales. En los jardines entre ambos se encuentran tumbas de soldados y sirvientes. 













   

Fotografías realizadas desde el 29 de octubre al 2 de noviembre de 2018

viernes, 23 de noviembre de 2018

Los colores de la medina



Nada mas llegar, Marrakech aparece ante el visitante como una ciudad de un solo color. La “ciudad roja” mantiene los tonos rojo ocre de la tierra local con la que se empezó su construcción y que siguen siendo norma arquitectónica manteniendo así la misma tonalidad tanto en la ciudad vieja como en la “ville nouvelle”. Pero una vez te adentras en la medina, multitud de colores destacan sobre los muros de sus callejas. Son el colorido de los productos de los mercados, de los tintes de la lana y la seda, de las babuchas de cuero, de la henna y la cosmética, de la fruta, de los jabones, de las especias… son el verde del té, el rojo del azafrán, el amarillo de la cúrcuma, el marrón de la canela… que los artesanos también han sabido reflejar en las telas, en la marroquinería y en los objetos de cáñamo. Productos propios de las culturas orientales y aquí de la árabe y bereber que se entremezclan, especialmente en los pequeños restaurantes dispersos por la medina y que aportan a nuestro periplo aromas de tajín de pollo, cordero “ras el hanout”, cuscús con verduras bereber… y el té de menta, de obligado deleite en un puesto local o en la terraza de un típico café colonial contemplando el deambular del paisanaje, el ir y venir a sus quehaceres, de sus diferentes formas de vestir, especialmente los diferentes hiyabs femeninos, y, si cae la tarde, disfrutar de un espectacular atardecer. Colores y aromas que estimulan los sentidos y convierten la visita en una gran experiencia.






































































Fotografías realizadas del 29 de octubre al 2 de noviembre de 2018