sábado, 2 de diciembre de 2023

De boda en Jiva y en tren por el desierto

Cuatro bodas y una circuncisión

Parece casi el título de una película, pero es lo que nos encontramos en Jiva. Ya comenté que a los uzbecos les gustan las celebraciones (bodas, aniversarios, cumpleaños de bebes, circuncisiones,…) y las organizan con muchos invitados y música. Pero, sin duda, los más celebrados son los matrimonios que transcurren en tres momentos diferentes separados por varios meses. Y es que las bodas en este país son muy tradicionales y llevan un protocolo muy claro. La primera fiesta es cuando las familias se ponen de acuerdo en el casamiento y “parten el pan” (literalmente un pan redondo y plano que se encuentra por todo el país y es delicioso). La siguiente celebración es cuando los novios se entregan, ante los invitados, la correspondiente ropa (y calzado)  –y no es solo un traje o vestido y unos zapatos- que cada uno le ha comprado al otro. Finalmente, unos meses más tarde, se celebra el matrimonio para lo que la novia realiza una sesión de fotos la víspera para colocar un retrato a la entrada del lugar del convite. Además, la pareja debe rezar brevemente en tres lugares diferentes dedicados al culto (lugares santos, mezquitas o mausoleos). En este ir de un lugar a otro es donde nos encontramos a las parejas que, en algún caso, fueron agasajadas por sus familiares con música y bailes callejeros a los que, por cierto, fuimos invitados a participar. A los banquetes son invitados centenares de familiares y amigos, pero siempre –nos cuentan- hay que reservar más mesas porque algunos asistentes vienen acompañados de otras personas. Entonces entendimos por qué los restaurantes son tan grandes y con tantos salones.

 















Celebrando la circuncisión del niño



Bodas también Bujará y Samarcanda





Desde la ventanilla

Una línea casi recta y constante divide el azul del cielo y la franja ocre del paisaje que se alcanza a divisar invariable por las ventanillas del tren que lleva de Jiva a Kogon (Kagan), donde está la estación de Bujará, y el traqueteo pone una rítmica y monótona sintonía a la ya inalterable visión . De tarde en tarde un tendido eléctrico, que  parece no llegar a ninguna parte, surge de pronto  y se pierde en el horizonte  rompiendo en el paisaje esa monotonía. Durante horas nuestra vista sigue el horizonte con la esperanza de que cambie el paisaje hasta que, en algún momento, nuestros sentidos se adormecen durante un rato. Al despertar, todo sigue igual, el traqueteo, el horizonte, el murmullo de los pasajeros que conversan en el pasillo mientras estiran las piernas… Simultáneamente, el tren va comiendo kilómetros a través del desierto de Kyzyl Kum. Cuando el convoy se detiene en una estación nos apresuramos a intentar descubrir el lugar habitado donde se encuentra y siempre concluimos que son estaciones en mitad de la nada solo habitadas por el personal ferroviario que se encuentra ya allí y se queda cuando la máquina reanuda su marcha. Entre tanto, la escasa vegetación de matorrales y pequeños arbustos sigue sorprendiendo por su capacidad de adaptación y supervivencia en esta llanura de arena y arcilla reseca. 

En cada coche hay un calderetín  donde coger agua caliente para hacerte un té con los sobres y el azúcar que dispone  cada pasajero y un revisor que te facilita sábanas y fundas de almohada por si quieres acostarte.  Viajan pasajeros locales, en la clase económica, y turistas, en la zona de compartimentos de cuatro. Al final del viaje, el revisor baja al  andén para despedirte como lleva haciendo desde que, siendo aún joven, empezó a cruzar el desierto por los caminos de hierro. El paisaje ha cambiado y en la estación, esta vez concurrida de pasajeros, el convoy descansa un rato tras dejar atrás el desierto y antes de continuar hacia Andiján, en el otro extremo del país.
















Uzbekistán (3)

 Fotografías realizadas desde el 30 de octubre al 3 de noviembre de 2023 

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