sábado, 22 de septiembre de 2012

Las botas de Fonso

…y de mi abuelo.

Tengo un amigo que conserva aún unas botas de montaña de las de cuero, esas tan buenas que se usaban antes y que duraban eternamente aunque llevaran un uso extremo. Al menos, una vez al año las usa para mantenerlas en buen estado, pero claro, como muchas otras cosas, han quedado en desuso apartadas por modelos más modernos que aventajan, más que en calidad, en ligereza y menor mantenimiento. Los que usamos alguna vez esas legendarias botas sabemos de la necesidad periódica de engrasarlas para que el cuero conserve sus cualidades. Nuevamente, es evidente que el equipamiento, antiguo o moderno, no dota de cualidades físicas especiales, porque Fonso, con las botas de cuero o las modernas, sube y baja “que se las pela”, como si nada, parece no cansarse.
 
 
Recuerdo también, hablando de botas, pero de las otras, las de vino, a mi abuelo enzarzado en la reparación de alguna que le habían solicitado. Normalmente el arreglo se debía a sufrir alguna fuga. Hábilmente las descosía y daba vuelta a la piel. Extendía uniformemente la pez por su interior y volvía a coserlas ajustando con firmeza la boquilla al cosido. Finalmente las "curaba" con un vino que se desechaba.

Aunque tuve que deshacerme de mis viejas botas de montaña por su grave deterioro, conservo una bota de las otras, de las de mi abuelo. Y es que, en época de abundantes sibaritas, de sumilleres y expertos catadores por doquier, un trago de vino de la bota, especialmente si lo tomamos en plena naturaleza, sigue siendo un gran placer. Y además, un lujo exclusivo, por poco frecuentado.

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