sábado, 21 de mayo de 2016

Entrevías



Preámbulo de un viaje en tren

Llegas a la estación a la hora prevista. Hay mucha gente esperando en el exterior, en el vestíbulo, en los andenes…  cualquier sitio son  “salas de espera”, …  y te pones también a esperar. Va pasando el tiempo. Esperas. Pasa un convoy con la misma procedencia y el mismo destino que el tuyo, pero no corresponde el número. Buscas al personal  del ferrocarril y nadie sabe nada de tu tren, no saben cuánto retraso trae, no saben si le falta poco o mucho tiempo para pasar…  de nuevo esperar. Pasa otro convoy, pasan las horas, cae la luz de la tarde y sigue la multitud por todas partes con la misma tranquilidad y paciencia. Los vendedores ambulantes venden fruta y nosotros seguimos la espera. En la estación entra un tren de mercancías muy despacio, delante, entre las vías, camina tranquilamente una vaca marcándoles la velocidad. Por un agujero, bajo la fuente, asoma el hocico de una rata y por la estructura del techo, sobre los puestos de comida, un mono empalmado cada poco rato espanta a un joven mono de los brazos de su madre para copular con ella. El pequeño mono, en cada ocasión, chilla estridentemente y se mea de miedo. Nos alejamos de allí.

Varias horas después de su hora, se detiene en el andén un convoy: procedencia, destino y número coinciden con los datos de nuestros billetes. Buscamos el coche que nos corresponde y… ¡sorpresa! En un papel continuo de impresora pegado en el exterior junto a la puerta figuran nuestros  nombres y nuestro asiento. Tras varias horas de retraso iniciamos el pintoresco viaje lleno de paradas, algunas en estaciones del recorrido o en mitad de la nada para cargar hoyas de leche, mercancías, comprar comida, reparar las vías o, simplemente, nada. Adaptados al ritmo… simplemente nos dejamos llevar, viajamos.























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