Preámbulo de un viaje en tren
Llegas a la estación a la hora prevista. Hay mucha gente
esperando en el exterior, en el vestíbulo, en los andenes… cualquier sitio son “salas de espera”, … y te pones también a esperar. Va pasando el
tiempo. Esperas. Pasa un convoy con la misma procedencia y el mismo destino que
el tuyo, pero no corresponde el número. Buscas al personal del ferrocarril y nadie sabe nada de tu tren,
no saben cuánto retraso trae, no saben si le falta poco o mucho tiempo para
pasar… de nuevo esperar. Pasa otro convoy,
pasan las horas, cae la luz de la tarde y sigue la multitud por todas partes
con la misma tranquilidad y paciencia. Los vendedores ambulantes venden fruta y
nosotros seguimos la espera. En la estación entra un tren de mercancías muy
despacio, delante, entre las vías, camina tranquilamente una vaca marcándoles
la velocidad. Por un agujero, bajo la fuente, asoma el hocico de una rata y por
la estructura del techo, sobre los puestos de comida, un mono empalmado cada
poco rato espanta a un joven mono de los brazos de su madre para copular con
ella. El pequeño mono, en cada ocasión, chilla estridentemente y se mea de miedo.
Nos alejamos de allí.
Varias horas después de su hora, se detiene en el andén un
convoy: procedencia, destino y número coinciden con los datos de nuestros
billetes. Buscamos el coche que nos corresponde y… ¡sorpresa! En un papel
continuo de impresora pegado en el exterior junto a la puerta figuran nuestros
nombres y nuestro asiento. Tras varias horas de retraso iniciamos el
pintoresco viaje lleno de paradas, algunas en estaciones del recorrido o en
mitad de la nada para cargar hoyas de leche, mercancías, comprar comida,
reparar las vías o, simplemente, nada. Adaptados al ritmo… simplemente nos
dejamos llevar, viajamos.
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