Tal día como hoy,
hace 35 años, cuatro cántabros iniciaron la travesía del sistema
subterráneo Cueto Coventosa. Fue el 8 de diciembre de 1979 cuando Ángel Alfonso, Vicente Manchado (Charly), Javier Jorde y Pedro Zubieta, de la Sección de Espeleología del
Seminario Sautuola (Museo de Prehistoria), se introducían en las
profundidades de la tierra por la sima El Cueto y salían a la superficie dos
días después por la entrada de Coventosa tras haber descendido mas de 800
metros por las entrañas de la Peña Lavalle. Se convirtieron así en los primeros
espeleólogos españoles, segundos del mundo, en lograr esta gesta.
Habían iniciado el recorrido descendiendo el pozo Juhué, una
vertical absoluta de mas de 300 metros que, junto a una sucesión de pozos y
galerías, configura la sima El Cueto. La boca de esta sima se encuentra próxima
al pico Mosquiteru cerca de Arredondo. A
través del Agujero Soplador se comunica ésta cavidad con el techo de la Galería de los Lagos, en la cueva Coventosa. Esta caverna es un laberinto
de galerías superpuestas y ríos subterráneos
con mas de 34 kilómetros de desarrollo que desciende hasta el nivel freático
del río Asón en la Cuvera, entre el pueblo de Asón y Arredondo. Precisamente,
el descubrimiento de esta unión el 13 de abril de 1979 por Ph. Morverand , F.
Charpentier y P. Lavigne (del Spéléologues Grenoblois Club Alpin Français) que,
junto a miembros del G.E.S.C.M. de
Barcelona y del Speleo Club de Dijón, habían dedicado dos décadas a la
exploración de éstas cuevas, permitió que los días 24 y 25 de mayo de ese año, 8
espeleólogos del propio S.G.C.A.F. consiguieran, entrando por El Cueto y saliendo por Coventosa , unir las dos
cavidades.


Ángel, Charly, Javier y Pedro habían pernoctado la víspera
de la travesía en una cabaña de Buzulucueva, donde me reuní con ellos cuando ya
preparaban el equipo y se vestían los monos impermeables. Poco después recorrimos
el camino que, a través de un karst, conduce a la dolina donde se encuentra,
casi pasando inadvertida, la boca del pozo Juhué. Como en un intento anterior ya habían instalado en la sima la
cuerda de descenso, rápidamente fijaron a sus arneses los bloqueadores (jumars)
y dos descensores cada uno, se ajustaron los cascos, encendieron con los
piezoeléctricos los carburos y se colgaron de la cuerda sobre el abismo. El
primer espeleólogo inició el descenso. Contemplamos como su silueta, y la llama
que bailaba sobre su casco, se empequeñecía al tiempo que iba iluminando con un
anillo de luz el tubo vertical del espectacular pozo. Cuando superó el primer
fraccionamiento (anclaje intermedio) de la cuerda, lo comunicó y el siguiente
se colgó del descensor repitiendo la operación. Así fueron iniciando la bajada los
cuatro deportistas creando con el escalonamiento de sus luces una perspectiva
sobrecogedora del abismo. Un rato más tarde, nos despedíamos citándonos a su
salida dos días después. Cuando nos fuimos, el primero aún no había llegado a la mitad del descenso
pero en la profundidad ya era un lejano puntito luminoso.



















La travesía lograda por los deportistas cántabros puso de
manifiesto el alto nivel alcanzado por la espeleología a finales de los 70 y
supuso el comienzo de una nueva época de ésta actividad en España; sin duda, marcó
un antes y un después en la exploración subterránea. Además, el atractivo del
recorrido se extendió rápidamente por los ambientes espeleológicos, lo que
propició que en los siguientes años, la travesía Cueto Coventosa se convirtiera
en objetivo de numerosos equipos tanto españoles como extranjeros. Para muchos
espeleólogos, tras conseguir un alto nivel técnico, especialmente en el
descenso de simas, realizar esta travesía supuso el logro máximo en su vida
deportiva y la prueba que revalidaba ese nivel técnico alcanzado.