Motisar es una aldea cerca del desierto por donde pululan las cabras y donde sus humildes habitantes se dedican a la agricultura. Al poco tiempo de parar nuestro coche, deambulaba solo por sus polvorientas callejas interesado en conocer los ambientes rurales sin sospechar que iba a vivir una excepcional demostración de hospitalidad.
Afuera de una casa dos enormes altavoces emitían una rítmica melodía que servía para que varias mujeres y un hombre bailaran. En unos instantes me habían cogido de la mano, llevado junto a los danzantes y “obligado” a imitarles, claro que, dada mi torpeza con la danza, sin más intención por mi parte que la de no ser descortés.
Aún celebraban una boda, pese a que los cónyuges ya no estaban y sin preguntas de ningún tipo se empeñaban en hacerme partícipe.
Dos mujeres se afanaban en preparar la masa de chapatis en cuclillas. Cerca, un hombre, quizá el anfitrión, freía en una gran sartén sobre una fogata las tortitas, invitándome a comer. Lo más cortésmente que supe decliné la invitación. Dos mujeres mayores escogían perejil preparándolo para la venta. Tres niñas me pidieron una foto de su mejor sonrisa.

Para no tener que incorporarme al baile, me interesé por los llamativos tatuajes de hena que una mujer le hacía a un niño.
A punto de irme con la disculpa de que mis amigos me estarían buscando, rechacé amablemente un té. Fue entonces cuando, para mi sorpresa, la anfitriona, ya que no podía quedarme, me puso dinero en la mano para que lo celebrara por ahí con mis amigos.
Aquel detalle de hospitalidad en lugar tan humilde me estuvo rondando por la cabeza el resto del día durante los baños rituales en el lago de Ajmer o la visita al templo Hamista y me temo que un poco de Motisar, de alguna manera, se quedará ya conmigo.
¡Ojalá éste Blog pudiera hacer compartir algo del trato recibido en aquella casa!