No importa por dónde vayas, ya sea en coche por la carretera que da acceso
desde el valle de Zamanzas o caminando por la senda que viene de Munilla,
llegar a Crespos es siempre tan agradable como descubrir un manantial cuando
apremia la sed. Una localidad de escasos habitantes que, como en la mayoría de las de
la zona, se multiplican en los meses del estío para mantener con vida las casas que les vieron nacer. Y es que uno descubre un pueblo pequeño y coqueto, muy
bien cuidado, con casas conservadas con esmero y buen gusto y tanta
tranquilidad que da al viajero la sensación de estar perdido en mitad de la
nada. Y, por si fuera poco, en ese paraíso descubrimos, ¡toda una joya! -igual que el pueblo que la cobija: pequeña,
coqueta y custodiada con esmero-, su iglesia románica. Modesto edificio del
siglo XII y de construcción austera, pero de gran encanto por su sencillez y el
conjunto de elementos arquitectónicos empleados que permite además de una completa
observación en una breve visita o, por el contrario, una detallada
contemplación en relajado silencio, solo ocasionalmente interrumpido en verano
por el rumor durante los juegos de los pocos niños que disfrutan allí sus vacaciones.
Pero si coincide con vuestra visita –como nos ocurrió a nosotros-
puede sorprenderos el repentino estruendo de los insistentes toques de claxon
que se aproximan por la apenas transitada carretera y que –inicialmente
desentonando notablemente con la tranquilidad del lugar- originan un alegre
bullicio entre los mas pequeños… ¡ha llegado el heladero! Sí, en su furgoneta repleta de sabores y, nada menos, que desde
Vitoria-Gasteiz. Un rato de parada para atender la demanda de niños y mayores y, de nuevo, a
continuar el recorrido de pueblo en pueblo como lo hace también un día a la
semana el pescatero que distribuye pescado fresco desde Santander ¡Servicio a domicilio sin pedido previo!
Fotografías realizadas en el 2016
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