Hoy esta
palabra solo puede ser un sueño, una metáfora ante el cautiverio, un deseo que
se acrecienta imparable cada día que pasa. Volar es el anhelo de los reos
cuando vislumbran los muros del penal. Porque ahora nos damos cuenta de lo
pequeño que se hace el horizonte cuando solo se contempla a través de una
ventana, cuando sólo lo podemos abarcar con la memoria o solo cabe en los
límites de una fotografía. Intentamos sobrellevarlo rebuscando entre esos rectángulos
de papel con colorines donde permanecen impresos nuestros recuerdos, imágenes
tangibles que nos confirman que lo que evocamos, en efecto, sucedió.
Intentando
confirmar añoranzas, pequeños momentos vividos, de esos que juntándolos nos
enseñan cuanto de felices hemos sido, desempolvo de los viejos álbumes unas
imágenes donde disfruté simultáneamente de dos de mis pasiones. Los que me
conocen, y los que leen este blog, saben lo que me gusta volar y la fotografía
(o el video). En estas fotos aparezco, unos cuantos años más joven, volando con
un parapente desde la cumbre de La Viorna hasta Potes, en Liébana. Llevo atada
en la pierna una cámara de video, aún no se habían inventado las pequeñas cámaras
GoPro, y para grabar el vuelo desde la visión del piloto había que recurrir a
la imaginación y, cómo no, a una pequeña dosis de valor (además de la confianza
del dueño de que en el aterrizaje no se destrozara la cámara).
Ya no
piloto parapentes, pero me sigue gustando ver el mundo desde el aire,
contemplar cómo el horizonte, con la altura, se va curvando y el relieve se va
aplanando… ¡Ay... volver a volar!
Fotografías
realizadas por Pedro Miranda en 1990
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