Cuando las nubes se ponen a la altura de los humanos, los
paisajes cobran un aspecto más misterioso y espectacular. Es conocido también
que en las zonas montañosas se suelen desplazar según la hora del día; por la
mañana bajan al fondo del valle, creando muchas veces el llamativo “mar de
nubes”, y al caer la tarde ascienden las laderas para envolver crestas y
cumbres. Si además sopla el aire, se desprenden girones que trepan por las peñas,
separan agujas y laderas, ocultan las paredes, dando, a veces, la apariencia de
fumaradas y cortinas de humo de montañas que arden. La contemplación del
horizonte y sus cimas se convierte entonces en juego de ahora se ve, ahora no…
siempre mirando con el rabillo del ojo nuestra ruta, atentos a que
definitivamente no nos envuelvan las nieblas y se hagan invisibles los caminos.
Fotografías realizadas el 6 de julio de 2019
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