De la fortaleza que fundara Youssef Ibn Tachfin (1062)
y que se convirtió en capital del imperio de los nómadas almorávides, apenas
queda nada salvo restos de la muralla del siglo XII. Conquistada posteriormente
por los almohades bereberes en 1147, la mayor parte de los edificios fueron
destruidos y después reedificada la medina y ampliada la muralla. Pero la ciudad vieja de
Marrakech conserva el antiguo trazado de estrechas e intrincadas calles, dispuestas
según los talleres artesanales que las ocupan (herreros, carpinteros, tintoreros…)
o por bazares y mercados al aire libre para la compra diaria de los lugareños
unos (frutas y verduras, carnes, especias…) y para turistas otros (artesanía en
cuero, en madera, metal…). Fuera de la zona de los zocos, las callejuelas apenas
sin ventanas donde residen sus habitantes, estrechas para favorecer la sombra
en los días del estío, son un oasis de silencio donde adivinar las casas tan
solo por las puertas de acceso. Estas dan paso a la típica construcción con
patio central rodeado de las distintas dependencias y habitaciones y una
terraza en la azotea. Muchas de estas casas y palacetes han sido restauradas
como pequeños hoteles o riad. Hoy en día, tras periodos de esplendor y periodos
de declive, Marrakech, una de las ciudades imperiales de Marruecos, vive un
gran desarrollo y expansión, pero, sin duda, callejear a cualquier hora tranquilamente
por la antigua kasba y la famosa plaza Yamaa
el Fna, bulliciosa tanto de día como de noche, es su mayor atractivo
Fotografías realizadas del 30 de
octubre al 2 de noviembre de 2018
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