Nada mas llegar, Marrakech aparece ante el visitante como
una ciudad de un solo color. La “ciudad roja” mantiene los tonos rojo ocre de la
tierra local con la que se empezó su construcción y que siguen siendo norma
arquitectónica manteniendo así la misma tonalidad tanto en la ciudad vieja como
en la “ville nouvelle”. Pero una vez te adentras en la medina, multitud de
colores destacan sobre los muros de sus callejas. Son el colorido de los
productos de los mercados, de los tintes de la lana y la seda, de las babuchas
de cuero, de la henna y la cosmética, de la fruta, de los jabones, de las
especias… son el verde del té, el rojo del azafrán, el amarillo de la cúrcuma, el
marrón de la canela… que los artesanos también han sabido reflejar en las telas,
en la marroquinería y en los objetos de cáñamo. Productos propios de las
culturas orientales y aquí de la árabe y bereber que se entremezclan, especialmente
en los pequeños restaurantes dispersos por la medina y que aportan a nuestro periplo
aromas de tajín de pollo, cordero “ras el hanout”, cuscús con verduras bereber…
y el té de menta, de obligado deleite en un puesto local o en la terraza de un típico
café colonial contemplando el deambular del paisanaje, el ir y venir a sus
quehaceres, de sus diferentes formas de vestir, especialmente los diferentes
hiyabs femeninos, y, si cae la tarde, disfrutar de un espectacular atardecer. Colores
y aromas que estimulan los sentidos y convierten la visita en una gran experiencia.
Fotografías realizadas del 29 de octubre al 2 de noviembre
de 2018
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