Cuentan en África que a una gran explosión siempre le
precede un gran silencio.
La primera noche en la selva me sorprendió hasta impedirme
dormir a pierna suelta. Lo que esperaba fuera una noche tranquila y en
silencio, resultó de una algarabía y de una actividad formidable y sorprendente,
especialmente para un europeo recién llegado. Supe que mientras una fauna
duerme, otra toma el relevo con la oscuridad. Así fue durante horas hasta que,
de repente, un impresionante silencio me llenó de inquietud y desconcierto. Al
cabo de unos minutos, aparecieron por el horizonte unos rayos de sol seguidos
de una explosión de luz. Enseguida, la selva se volvió a llenar de ruidos propios
de una gran actividad, aunque esta vez diferentes. La fauna diurna se había levantado
y relevado a la nocturna.
La misma situación la volví a vivir en la sabana cada
atardecer y cada amanecer y, ya con la lección aprendida y los sentidos
atentos, he comprobado que ocurre igual en todos los sitios donde se amanece en
plena naturaleza, eso sí, sin tanta algarabía como en la selva.
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