Cuando uno recorre los espectaculares recovecos del Cañón del Rio Lobos se siente constantemente vigilado. De observador pasa uno a observado. Y es que desde los farallones y desde la parte alta de los cortados rocosos siempre la presencia de los buitres leonados, auténticos reyes del desfiladero, parecen controlar a todos los que recorremos las sendas. El día ha estado nublado y la ausencia de corrientes de aire ascendente les ha obligado a permanecer en sus nidos y posaderos, salvo en unos pocos y breves vuelos cuando por la tarde apareció tímidamente algo de sol.
Como el río baja despacio, sin grandes desniveles, y creando meandros por las verdes explanadas, no es el correr de las aguas lo que más se oye, sino en muchos casos el croar de la multitud de ranas que pueblan los ecosistemas repartidos por el cañón. Es primavera y época de celo así que los estanques con abundantes nenúfares y orillas cubiertas de vegetación se convierten en un gran auditorio donde el sonido de los machos de estos anfibios tapan el resto de los sonidos de la naturaleza, especialmente los cantos y trinos de aves y pájaros que abundan por doquier.
Entre sabinas, pinos, enebros, encinas, espliegos, tomillos, matorrales… recorremos paso a paso el sendero por el fondo del desfiladero y que, de vez en cuando, atraviesa el cauce por hileras de grades piedras separadas que obligan a dar grandes zancadas, en alguna ocasión rebasadas por el agua que desde su nacimiento en la Sierra de la Demanda desemboca al final del Cañón en el río Ucero, afluente del Duero.
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