Tras 15.000 años en la oscuridad silenciosa de la cueva, el
despertar con un sobresalto producido por las multitudes y el deslumbramiento de
linternas y lámparas, resultó estresante para los animales que descansaban en
el techo de Altamira. Bisontes, caballos, cabras, … empezaron a padecer en
pocos años –en comparación con el tiempo que llevaban inalterados- un grave
deterioro, a mostrar una alarmante alteración de su pintura y a sufrir la
presencia de hongos y patógenos que amenazaban con destruirlos. Así que se
cerró a las visitas la cavidad y se priorizó de manera acertada la protección ante
la explotación turística. Parece que ese deterioro, al menos, se ha frenado.
Ahora, tras un periodo de obligado parón en la actividad
humana, hemos comprobado como la naturaleza ha tenido un respiro y cómo han
mejorado muchos hábitats. Han mejorado las aguas, los animales se han
recuperado de situaciones de estrés acercándose confiadamente, incluso, a
carreteras y poblaciones, el aire de ciudades que antes se mostraba turbio se
ha vuelto trasparente… Pero no sólo ha sido así en la superficie, parece ser
que la ausencia de visitas en las cavidades subterráneas ha producido una
mejora considerable en el estado de las cuevas, especialmente en las que poseen
pinturas y restos arqueológicos.
Fotografías realizadas el 9 de junio de 2020 (Lógicamente
las de los bisontes no pertenecen a las pinturas originales, sino a las magníficas
reproducciones de la Neocueva del Museo Altamira)
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