A veces la jornada empieza con el cielo cubierto, nevando, y
con los rebecos muy cerca rebuscando alguna hierba que no haya tapado la nieve
para llevársela a la boca. Piensas que no es el día, que la montaña debe esperar. Luego, como por arte de magia (o por capricho de la
meteo), se abren las nubes, brilla el sol y el azul del cielo se nos antoja más
intenso que nunca. El día apropiado para disfrutar de las crestas nevadas, de
las montañas invernales.
Otras veces, el cielo despejado y el cálido sol mañanero
hace presagiar una jornada luminosa e intensa y, aunque la nieve ha disminuido considerablemente
en las últimas fechas, el día augura buenas ascensiones. Sin embargo, las nubes
aparecen, empieza a soplar el viento y nos obliga a abrigarnos. Cuando las
ráfagas se intensifican y arrastra nieve, la montaña muestra su cara más dura.
La ventisca es la señal clara de que debes volver al valle y renunciar por esta
vez a tus objetivos.
Así es la alta montaña, así son las cosas en los Picos de Europa.
Por eso, y por su espectacular orografía, es por lo que a mi me tiene
cautivado.
Fotografías realizadas el 8 y el 15 de febrero de 2020
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