Que los esquiadores inauguraran la temporada con las pistas
cubiertas de nieve por Todos los Santos no es una leyenda. Sin haber entrado el
invierno aún ya era posible disfrutar de las montañas nevadas por estos lares,
eso sí, era una realidad que duró hasta los años setenta del siglo pasado. Desde
entonces el otoño viene siendo, unos años más días y otros menos, época de
soles y de sures. En algunos aspectos una prórroga del verano, aunque se vayan
acortando los días. Por otra parte, una época ideal para disfrutar de unos Picos
de Europa ya menos concurridos y ya desaparecidas también las manchas blancas de
sus neveros –solo quedan los permanentes más ocultos en los rincones sombríos-
y con una luz característica que remarca sus relieves. Mientras los bosques de las
zonas bajas comienzan su metamorfosis de color antes de perder las hojas, las
crestas y cumbres siguen bañándose de luz especial por estar el sol más bajo y, a menudo, venteadas por
aires cálidos procedentes del otro lado de la cordillera. A veces con ráfagas de una fuerza que casi no permiten mantenerse de pie en los collados y cimas, dando también una forma espectacular a las nubes.
Fotografías realizadas el 5 y 12 de octubre de 2019
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