A veces la vida le echa más imaginación a su devenir que
algunas narraciones, vamos, eso que se dice siempre de que la realidad supera
la ficción. Casos así son los que me permite conocer este oficio mío, rutinario
y sin mucho aliciente demasiados días, pero que a veces te descubre, entre
mediocridades y temas manidos, admirables historias humanas y te enseña también
cómo vidas sencillas pueden ser grandes historias, cómo la vida de personajes
secundarios también merecen ser contadas. La vida de Mila que me ha contado hoy
su hijo, es uno de estos casos, un relato digno de una novela si lo contara una
buena pluma o, bien aderezada, una taquillera producción de Hollywood.
Milagros Gómez fue criada en un convento madrileño y
posteriormente adoptada por una millonaria mexicana. Sin duda tuvo buena formación pues, en aquella España de los
años cincuenta donde pocos podían realizar estudios más allá de la escuela primaria
y a la mujer se le inculcaba la dedicación a madre y ama de casa, Mila hablaba
tres idiomas y trabajaba de relaciones públicas en uno de los mejores equipos
de fútbol, el Manchester United. La “beautiful
Spanish girl”, como la dedican en un libro los autógrafos las míticas alineaciones
del Manchester y del Real Madrid, se enamoró de Manuel Arteaga, jugador del
filial madrileño. En febrero de 1958 viajó a visitarle a Madrid aprovechando
que su equipo disputaba los cuartos de final de la Copa de Europa ante el Estrella
Roja en Belgrado. De regreso, el día 6 de febrero, el Manchester tenía que
hacer escala en Múnich camino de Inglaterra. Durante el despegue, a causa del
hielo, el avión no alcanzó altura suficiente y se estrelló falleciendo la mayor
parte del pasaje y la tripulación. Aunque sin saberlo, Milagros había eludido
formar parte de la aquella tragedia, la catástrofe la afectó mucho y cuando
contrajo matrimonio a mediados de los 60, dejó su trabajo en el club inglés y
regresó a Madrid. Dedicó su actividad a la Cruz Roja y tuvo dos hijos, Ignacio
y José Manuel, pero sus anhelos de futuro dichoso criando a sus niños junto a
Manuel, una historia con final feliz, se truncaron pronto ya que un cáncer
acabó con su vida con tan solo 33 años. La belleza de Milagros la atestiguan
hoy solamente las tres fotografías, dos de su boda y un retrato dedicado sin
duda a su amor, que conserva como oro en paño su hijo José Manuel en Ampuero.
PD: Disculpad, apreciados seguidores de “Paso a paso”, que en esta ocasión no hablen por mí mis propias fotografías, pero ojalá mis palabras hayan sido capaces de contar esta historia como se merece.
Jo, qué historia tan sobrecogedora. Sí que es digna de novela o un buen guión de cine...
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