Cuando
aún bostezan las horas, amanecen diamantes colgados de los cristales de mi ventana
iluminados con la perezosa luz de amanecida.
Es el comienzo de cada melancólica jornada añorante del tibio sol de la estación que se fue. Es
el otoño. De cielos cambiantes cada jornada, de vientos asurados o con lluvia, de
oleajes y encalmadas. Otoño de amarillos brillantes y verdes intensos,
aletargados con los primeros fríos, acurrucados esperando un manto de hojas que
les oculte del invierno que se acerca.
Días
de raquíticas tardes, que apenas ha pasado el mediodía ya se va acabando, cuando
la jornada parece languidecer apenas comenzada. Y cuando, si los nubarrones se
alejan, apenas tiene tiempo de encenderse el sol ya le toca apagarse. Entonces,
las nubes ya no son algodones blancos, que tienen el color del fuego, porque
arde el horizonte a media tarde justo antes que lo robe la luna y deje un vacio
negro.
(Post dedicado a Juanma) |
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