Desde Pandillo, último rincón de los Valles Pasiegos, rodeado de las espectaculares pendientes en las estribaciones del Castro Valnera, se accede al Cerro de la Vara y Colina, una de las zonas menos conocidas y más representativas de la orografía pasiega.
Desde allí, se observa con claridad cómo el hombre ha trasformado el paisaje para un mejor aprovechamiento de sus recursos destinados a la obtención de pastos. Inmensas laderas herbáceas, casi verticales, que el viento peina y que rebaños de ovejas y vacas aprovechan cuando se retiran las nieves. En las praderas de Ruyemas, a golpe de vista, se aprecian las señales de las antiguas lenguas glaciares, ya trasformadas por el tiempo y cubiertas de abundante hierba, las separaciones de prados con muros o, incluso, el amontonamiento de piedras para limpiar las praderas. La masa arbórea sólo ocupa las pendientes inaccesibles, las lindes o la orilla de los arroyos. Encima de las praderas, durante la época del deshielo, una sucesión de cascadas dan un toque espectacular a las paredes que rodean el circo glaciar. Todo esto salpicado aquí y allá de cabañas de original arquitectura pasiega que aprovecha sabiamente la inclinación del terreno, donde ganado y personas conviven en verano para bajar a la casa vividora del valle en el invierno. Así cada año, manteniendo "la muda” como costumbre ancestral de trashumancia.
Fotos realizadas el 26 de octubre de 2013
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