Se fue el invierno apenas había llegado. Se hizo esperar tras
un prolongado otoño y creíamos que, una vez aquí, fuera larga su compañía, larga
y fría como ha de ser esa estación. Pero no, apareció el sur, el viento cálido de pocos
amigos por estos lares, y subió la temperatura, y deshizo la nieve, y secó sus
regueros…
Frente a la bahía de Santander, una serie de macizos montañosos
avisan de cuando llegan los fríos –Castro Valnera, Porracolina, Peña Rocías-, avisan al cubrirse de blanco, y ya se habían cubierto… pero, esta vez, apenas
unos días. Tan poco tiempo que de nuevo aparecieron caídas por el suelo las hojas del
otoño, sin tiempo para que la tierra las absorbiera y servir así de alimento a los
nuevos brotes primaverales en el ciclo natural.
Por el viejo camino que antaño usaban los pobladores de la
cuenca del Asón para ir, a pie o en caballerías, de Riva a La Gándara, a un lado y otro de las montañas y evitar un enorme rodeo, ascendimos al Hoyo Masallo, una gigantesca dolina que, rodeada de las montañas
calizas de Peña Rocías, Sierra de Hornijo y Mortillano, nos recuerda que
pisamos sobre las mayores redes subterráneas de España –las que suman mas de
250 kilómetros de recorrido de galerías y pozos-, precisamente las que absorben las lluvias y los deshielos para alimentar los manantiales del valle.
La puesta de sol, nada invernal, nos confirmó que el buen
tiempo continuaría, aunque el calendario nos diga que ya estamos en invierno.
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Fotografías realizadas el 23 de enero de 2016