Estaba el valle vestido de
tul, como una novia arregladita para la boda, en un lento y perezoso despertar festivo,
mientras, en lo alto, el cielo
resplandecía luminoso y azul. El aire de la mañana, limpio y transparente, nos
descubría siluetas lejanas. Los montes dibujaban horizontes color pastel y sinuosas
curvas en un inmenso mar de nieblas.
Grandioso escenario donde ir
en busca del horizonte del mar, lejano y nítido, y el perfil de la costa
recortado en las olas. Donde casi tocar –y contar- las cimas mas altas antes
que se cubran de nubes y las nieves las engalanen de blanco y se desencadenen
ventiscas y fríos.
Sobre los brezos verdes,
morados y ocres, sombras alargadas dibujan trazos negros, estacas de madera
blanca encadenadas con alambre de espino que pretenden inútilmente poner
límites al paisaje por donde van y vienen corzos y rebecos.
Collado de Rumaceo y glaciar de Proaño
A la izquierda el Castro Valnera y la montaña pasiega
A la dercha el Pantano del Ebro, Reinosa y Campóo
Crestería desde el Porracolina al Castro Valnera, debajo de este el Pico Jano y embalse de Alsa
De izquierda a derecha: los Picos de Europa, Helguera, Cornón de Peña Sagra y Cueto de la Concilla
En primer término, pico Cordel y Cueto Iján. A su izquierda, el Cuchillón y el Pico Tres Mares
Debajo de el Cuchillón: Braña Vieja con el poblado de la estación de esquí
Brañas de Sejos
Y al caer la tarde, como
despedida, el cielo nos ofreció los
colores cálidos del atardecer y desde lo alto del horizonte el rey del lugar
dejó ver su altiva silueta mientras contemplaba que al irnos dejábamos todo su
territorio en silencio e inalterado.
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Fotografías realizadas el 14 de noviembre de 2015